Laverdad de Albacete foto: MANUEL PODIO
Se puede encontrar de todo. Leche, café, legumbres, mermelada o galletas, frescos, embotellados y congelados. Marcas cedidas por los supermercados y excedentes de las empresas de la provincia. El Banco de Alimentos, el gran supermercado del pobre, se encarga de que nunca falte comida en el plato de más de 7.600 albaceteños. Este almacén, situado en la Lonja Municipal, se ha convertido en el cordón umbilical que une lo que le sobra a unos con lo que necesitan otros a toda costa. El banco recoge las donaciones y 'sobras' -siempre en perfecto estado- para repartirlas entre decenas de entidades y asociaciones. Los asilos, el Cotolengo o las cáritas parroquiales están entre la interminable lista de entidades beneficiarias, quienes se encargan de repartir los alimentos del banco entre quienes más lo necesitan.
Y es que cada vez hay más demanda y no tantos excedentes como en tiempos, porque las empresas ajustan su producción al milímetro. Eso sí, cuando el Banco de Alimentos lanza una llamada a sus colaboradores o, simplemente, a los colegios, siempre hay una respuesta solidaria que ayuda a aguantar el tirón.
El Banco de Alimentos estaba ayer, al medio día, como cualquier supermercado a esas horas, hasta arriba. Era un hervidero de gente. Primero porque la Fundación Caja Madrid cedía una furgoneta y estaban los medios de comunicación pendientes de la foto y segundo, porque la necesidad apremia. Sor Matilde y Sor Fátima, dos hermanitas de los ancianos desamparados del asilo de Almansa, que son clientas asiduas, también paseaban con prisa por el almacén. Ayer estaban esperando el comprobante porque se llevaban cerca de mil cajas de leche. Aquí se funciona al por mayor porque las necesidades, en este caso de una residencia de ancianos, también son grandes. Además, la contabilidad se lleva al detalle. No se niega nada a ninguna organización, pero se controla todo lo que sale y entra y, sobre todo, no se pierde nada.
Mientras los voluntarios hablaban con este diario, entraban cajas de pollo del matadero de Paasa para congelar. Así, si importantes son las donaciones, a las que el tejido empresarial siempre responde, más lo es la labor de albaceteños como Alfonso Romero, Tomás Berruga, Víctor González, Juan Corredor, José Antonio García o Manuel García. Jubilados, policías, profesores, comerciantes, ferroviarios, constructores o contables. Estas son solo algunas de las profesiones de los voluntarios que invierten su tiempo y en muchas ocasiones su dinero en que el Banco de Alimentos funcione a diario. Cargan con los palés, conducen las furgonetas, recorren cientos kilómetros y hacen las veces de comerciales para captar nuevas empresas colaboradoras.
Mientras Manuel García lanzaba un llamamiento a las empresas albaceteñas para que no tiren nada que se pueda aprovechar, en el almacén costaba incluso aclararse por el ruido de los toros al coger los palés y la constante entrada y salida de gente y alimentos. Emilia Molina iba hasta con una lista de la compra. «Necesito de todo, leche, arroz, azúcar...», decía al tiempo que caminaba de una estantería a otra. Esta voluntaria de Cáritas necesitaba aprovisionar de nuevo a la Parroquia de la Resurrección, donde «cada vez hay más necesidad». Precisamente, la clave del Banco de Alimentos está también aquí. No se trata de que los más de 7.600 beneficiarios se pasen a diario por el almacén, porque resultaría caótico, sino de que sean las organizaciones e instituciones las que llamen o visiten el banco. «No podemos abrir las puertas a todo el mundo; hay que canalizar», explicaban ayer los voluntarios.
Sin en 2002 el Banco de Alimentos daba de comer a más de dos mil albaceteños, hoy, una década después, la cifra se ha multiplicado hasta un punto impensable, con más de 7.600 beneficiarios, pero esta ONG siempre ha respondido. Basta con consultar la hemeroteca y remontarse al siglo pasado para ver que, en 1999, el Banco de Alimentos de Albacete ya recogió 71.500 kilogramos de alimentos no perecederos gracias a las donaciones.
Desde el principio
No obstante, fue esta organización la que le tomó el pulso a la crisis. En 2008, cuando aún costaba creer a los que hablaban de problemas económicos, el Banco de Alimentos advertía de que las peticiones de ayuda se habían duplicado. Inmigrantes, jóvenes marginados, transeúntes o drogadictos en reinserción eran entonces quienes recibían los más de 400.000 kilos de comida que se recogían por aquel entonces. Hoy a esa lista se han sumado los miles de parados que han dejado la clase media para sumirse en la pobreza y se llega en el reparto al millón de kilos anuales.
Esta ONG inició su andadura en Albacete en el año 1994 y desde entonces no ha parado de crecer la demanda de productos básicos, hasta el punto que en ocasiones ha resultado complicado conseguir los alimentos menos perecederos, como lentejas, aceite o patatas. Y es que, desde que a la inmigración se le ha sumado la crisis económica, con el paro, el hambre se ha disparado. Se abren nuevas bolsas de pobreza.
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